Esa noche no estaba para muchas bromas. Tenía una gran mano
en mi poder y en ese momento entraron como si fuesen los hunos toda la policía
del barrio.
- - Lou, no me jorobes. Déjanos acabar la partida
-dije lastimosamente.
Para una vez que había ligado algo más de una pareja de jotas
en toda la noche, el comisario tenía que hacer la redada de los martes un lunes
cualquiera.
- - Lo siento muchachos, son órdenes del alcalde.
Cada uno a su casa y sin rechistar. Una cuestión de salud pública.
Salud pública decía. Pues si en este apestoso tugurio en el
que nos juntábamos a jugarnos los pocos dólares que le sisábamos a la clientela
del barrio no sobrevivían ni las ratas. Se podría decir que el whisky de
garrafón que nos servía Joe era un antiséptico más potente que la lejía. De
entrada porque, en mal olor, vencía a la lejía.
-
Por todos los santos Lou. Que te has adelantado
un día. Vuelve mañana y no estaremos
aquí.
- - Os repito que son órdenes del alcalde. Tiene una
nueva amiguita y quiere demostrar quién manda aquí.
Ya habíamos oído lo del alcalde, pero también sabíamos que no
debía pasarse mucho, porque si estaba dónde estaba era gracias al dinero del
padre de su mujer. El alcalde era yerno de uno de los tipos más poderosos del
hampa irlandesa. Pero si se la pegaba a su mujer con otra… podría acabar con
unos zapatos de hormigón.
El tío era arrogante, pero no le creíamos para tanto.
Recogimos la baraja, mientras veía a Harry que sonreía disimuladamente.
Era el único al que le había ido bien la noche. Ya se sabe, una timba de póker
es un lugar en dónde para que unos ganen, otros tienen que perder. Y esa noche
me tocó a mí, justo cuando me vino la buena mano.
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