martes, 3 de noviembre de 2015

La noche oscura de Octubre

Aquella noche en el Savoy, entre el humo de los habanos, restos del último alijo anterior a la revolución, un viejo amigo me dijo: Bueno, Vin, disfruta ahora del aroma de aquellos tiempos, porque mañana no sabremos si nuestro despertar será sosegado.

Aquello me dejó intrigado. Nunca una una noche de brumas y vapores etílicos con aroma a roble francés podría acabar mal. En todo caso con el coro de la iglesia baptista al completo alabando al Todopoderoso dentro de nuestra cabeza.

Pero la vida era así de dura. Un día te tomabas un buen escocés con un amigo y al día siguiente con su viuda para consolarla.
Nunca llegué a comprender lo que Ralph me dijo aquella noche. Solo sé que de su vida insana pronto dejé de tener noticias. Era como si se lo hubiera tragado la tierra. Y casi fue así, porque al cabo de algún tiempo, en el Savoy me contaron que aquella noche al salir para su casa se coló por una alcantarilla en obras y que fue rescatado por los miembros del coro de la iglesia.

Aquello fue como una luz y desde entonces no hace otra cosa que recorrer todo el estado cantando y predicando. Tiene que ser gracioso ver un coro de negros cantar y en medio de ellos a un blanco escuálido que al menos toca las palmas.

Me alegro por él. Y por su madre. Ya no tiene que preocuparse cuando llega tarde por las noches a casa. Sabe de sobra que el pequeño de la casa, a sus 57 años ha encontrado por fin un sentido a su existencia.

Mientras tanto nosotros seguiremos en la oscuridad del Savoy. Un antro lleno de vida y de muerte, pero eso es la gracia de la existencia. Sin la una no existe la otra, aunque se haga más pesada en las noches sin Luna de Octubre.